Por: ÑOR ANTENOR AGÜERO RAMÍREZ
¡Salú| Amig@ lector(a)! ¿Cómo le va? ¿Pura uva? ¡Qué bueno!
Cuento de espanto…
Hay personas que no cren que haigan situaciones de ultratumbia… Dicen que son creyencias de gente supersticiosa… Yo mesmo le puedo dicir que la mayor parte de esas historias que se cuentan son ciertas| ¡carastos!| pos he sío testigo de ese tipo’e vainas… Pa’ muestra| un botón…
A finales del año 1938 -si la mémora no me falla-| cuando no dexistía la carretera interamericana| me dirigía pa’l lao de Montezuma a hacer una deligencia a nombre de mi Tata. Me hospedé en casa de mis padrinos Cholo Rodríguez y Silvia Soto (los tatas de Tulio Soto| Macho| Adalí| Dorita| Carlos y Alicia.)| allá por la antigua Estación del Ferrocarril| en el Barrio Los Mangos de Esparza… Me disperté y salí de allí| a eso de las 3 de la mañana| p’aprovechar “la fresca” y llegar tempranito a Puntarenas| a coger la Lancha de las 6 de la mañana…
Alumbrao por el cacho’e la luna creciente| iba a pata| muy orondo| por la Calle Real. Faltándome 50 varas pa’ llegar a la Vuelta de los Papaturros| ¡adió| carajo!| vide| parao en media calle| a lo que -me pareció- era un chacalincillo| como de 4 años de edá… Le pregunté qué hacía –íngrimo– en aquel camino tan sólido.
Jué como mentale la mama… Se puso a hablame con voz juerte y prejunda| en un idioma tan destraño| como de enredijo ’e lora pichona| como regañándeme| haciendo grandes visajes con los brazos… ¡Santo Domingo de Heredia bendito! ¡Viera qué cosa más tremendamente espantosa era aquello!
En ese momento| caí en la cuenta de que era un duende cuidandero de una botija (tesoro) enterrada por esos lares… A yo se me junció tuitico por dentro| al vele los ojos rojiticos como la sangre y aquellos dientes puntiaos como los de un tigre| y con unas manos como garras con garfios en vez de uñas… ¡Se me vino encima a aruñame y a mordeme… Me le quité los tiros y reaicioné con coraje…
Saqué la cruceta (tipo de espada con empuñadura en forma de cruz) –que a yo nuncamente me ha faltao al cinto– y empecé a volale cinchazos a tieso y parejo y ¡nada que lograba pegale ni uno! Daba unos brincos “como chapulín en mata’e plátano”| de aquí p’allá y de allí p’acá…
Cada vez se iba poniendo más bravo y’iba pasando de color cenizo a un color morao| casi negro… ¡Avemaría! Esta cicatriz en jorma de 4 rayas que tengo en el hombro jue el recuerdo que me dejó esa contienda con aquel confitero demonio… Porque eso era…
Si usté juera óido el ruidal que se oyía en ese momento… Era como de mil enjambres de abejas| revueltos con grillos| chicharras| alaridos y un rumor como de crecida de un río… ¡Aquello era como el día de fuicio final!
Como vido el duende que con yo la cosa no era jugando| se arrechó más y jue creciendo de tamaño| haciéndese cada vez más grande| hasta el punto de que yo le pasaba por en medio de las corvas| quitándome los tiros…
¡Diay! Como a la media hora de estar enfrentándome con aquel bicho –más pensando en la lancha que tenía que ir a coger al puerto–| a voz en cuello| me puse a rezar en latín| lo que mi agüelo me enseñó:
“Pater noster| cui es in chelis| santifichétur nomen tuum| advéniat regnuum tuum| fiat voluntas tua sicut in chelo et in terra.
Panem nostrum cuotidianum da nobis hodie| et dimite nobis débita nostra. Sicut et nos dimítimus debitóribus nostris.
Et ne nos undúcas in tentationem. Sed libera nos a malo. ¡Amén!”
(Nota del autor: Se ha realizado la transcripción de la pronunciación literal de tal oración)
Cuando empecé el Padrenuestro| el duende-gigante-pisuicas se quedó como gelao| peló los ojos y se le saltaron como una “cuarta” p’ajuera| se soltó en un puritico temblor –como la cazadora del finao Bey Mora en mínimo– y cuando terminé| aquel “¡Amén!” hizo retumbar tuitica la montaña…
Como en una exhalación| se jormó un semerendo remolino alrededor del demontres| con un ventolero tan| pero tan juerte| que me levantó de los ruedos del pantalón y ya iba yo volando por los aigres| cuando logré agarrame de una rama de un palo’e ceibo enorme que allí había| pa’ devitar que me llevara con él quién sabe pa’ dónde… Luego| pegó unos alaridos y| antes de de desaparecer| señaló hacia la ráiz del ceibo y| como un tornado del mal| se jue p’arriba… Se soltó un hedor a puro azufre y se quedó todo en un gran silencio… Sólo retumbaba mi corazón| a punto de infarto…
Cuando pude bajame de la altura en que quedé| jui a asomame al lugar señalao por el duende y| con un puñalillo que me acompañaba| empecé a escarbar en la ráiz del árbol y ¡allí estaba la botija llena –“hasta el hocico”– de monedas de purititico oro!
Gracias a Tatica Dios| parece que hay una Ley Universal que dice que cuando una persona logra vencer a un “duende cuidandero de una botija”| éste se encuentra en la obligación de revelarle el lugar esacto de ‘onde se halle enterrao el tesoro| porque es el premio a la valentía… ‘Unque yo no andaba en esas vainas| ¡y diay! ¡Jue como sacame la lotería con todo y serie!
¿De ‘ónde cré usté que saqué pa’ comprale una de las fincas de ñor Camilo Carvajal? A cada uno de mis 20 hermanos le di un pedazo’e tierra pa’ que tuvieran ‘ónde sembrar y tuavía me sobró tamaño poco’e terreno y plata pa’ costruir la casa de mis viejos| que es la mesma en la cual vivo artualmente…
¿Que no me lo cré? Pos| pregúnteselo al finao Pacho Rosales| que jue quien enterró aquella botija… ¿Por estas cruces que eso que le dije sucedió!
Por ahora| sigamos ECHANDO PA’LANTE hasta la prósima…
Marcos Fco. Soto |